Tras remontar el río Chubut, el 15 de febrero de 1877, el perito Moreno pronunció una profecía que delineaba el proyecto político de una élite que buscaba un país para pocos. La política de acumulación y explotación de los bienes comunes no respeta a la naturaleza ni a sus pobladores ancestrales. El positivismo, como justificación científica, explicaba la superioridad de la raza blanca sobre las otras y sobre la naturaleza, a quien intentaba dominar. Moreno, pisoteando la sabiduría tehuelche y sin considerarlos humanos, impone su voluntad. En su afán de descubrir y bautizar, ese 15 de febrero, declamó ante el hoy llamado Lago Argentino: “Mar interno, hijo del manto patrio, que cubre la Cordillera en la inmensa soledad, la naturaleza que te hizo no te dio nombre. La voluntad humana desde hoy te llamará Lago Argentino. Que mi bautismo te sea propicio: que no te olvides quién te lo dio y que el día en que el hombre reemplace al puma y al guanaco, nuestros actuales vecinos; cuando en tus orillas se conviertan en cimientos de ciudades los trozos erráticos que tus antiguos hielos abandonarían en ellas; cuando las velas de los buques se reflejen en tus aguas, como hoy lo hacen los gigantes témpanos y dentro de un rato la vela de mi bote,- cuando el silbido del vapor reemplace el grito del cóndor que hoy nos cree presa fácil; le recuerden los humildes soldados que le precedieron, para revelarte a él, que en este momento pronuncian el nombre de la patria bautizándote con tus propias aguas!”.
La soberbia del conquistador que recorrió la región y sirvió de informante a las tropas que luego arrasarían el sur, anunciaba ya la desaparición del puma, el guanaco y el cóndor, el crecimiento de ciudades y el tránsito naval sobre costas que perderían su ambiente natural.
La realidad hoy marca el deterioro de la zona tan espléndida pero acosada por la desquicia de inversores turísticose inmobiliarios, que priorizan las ganancias. “Aún continua la amenaza de poner una pista de esquí en la península cercana al glaciar Moreno, nos oposimos y juntamos firmas, pero todo parece frenado”, dice desde Calafate María Elena Biccio, de la organización Calafate Natural.
“La ciudad ha crecido y faltan obras de infraestructura. No se realizaron trabajos de cloacas y falta solucionar el tema de los afluentes. Calafate tenía un sistema cloacal para unas cinco mil habitantes, pero en cinco años esa capacidad fue superada, hoy somos 18 mil habitantes”, remarca la ambientalista.
“Se utilizan los recursos naturales como si fueran inagotables, se pensó al magnificó lago con inmensos botes , como en la Europa desarrollada”, admite Biccio.
Entre témpanos
Desde todos los tiempos, las moles de hielo navegan el lago que los ancestrales pobladores de la región sureña lo llamaban Kelta, “que tiene témpanos", en lengua aonikenk. Ese helado espejo de agua abarca unos 1560 kilómetros cuadrados, con orillas separadas entre 14 y 20 kilómetros y una profundidad que llega a 500 metros.
Es un lago renegado, esquivó a los descubrimientos y bautismos de los blancos. Sucede que desde 1520, con la llegada de la flota de Hernando de Magallanes al sur patagónico, comenzaron a encontrar sitios que nunca se habían perdido, a bautizar lo que ya tenía nombre y a desertificar lo que no estaba desierto.
La historia se ha empecinado en hablar de descubrimiento y conquista, pero los europeos llegaron unos 12.500 años tarde. Desde hacía milenios, el llamado sur patagónico estaba habitado por el pueblo aonikenk, con ellos se toparon los europeos al llegar a la región.
Ese pueblo originario fue luego conocido por la forma en que los llamaban los mapuches: “Tehuelches”, que en lengua mapudungun significa "gente bravía". En 1873, El marino Valentín Filberg avistó al lago Kelta, pero no lo bautizó porque creyó que era otro lago que ya en 1781 Antonio Viedma humildemente lo nominó con su propio apellido. Ese enviado por el virrey español para explorar las costas patagónicas y levantar asentamientos era poco respetuoso o ignorante de que los originarios a ese espejo de agua lo conocían como Capar, que en lengua aonikenk referencia a una planta de raíz comestible.
El kelta, de 95 kilómetros de largo, fue avistado el 15 de febrero de 1877 por el perito Pascacio Moreno y el marino Carlos Moyano, tras remontar el río Chubut para inspeccionar y registrar las características de la región para guiar la futura campaña militar. Allí reparan el error de Filberg y "blanquean" al lago Kelta.
El papel de Moreno en el diseño de la nueva nación, que lo premió con donación de enormes extensiones sureñas, puede apreciarse al ver el prestigio que ganaba al ser brazo científico de la generación del 80. Así ocurrió cuando con el perito se atrevió a polemizar el periodista Argos, pseudónimo de Benjamín Aráoz, médico de la Armada que había recorrido la región en 1884. El irreverente aseguraba que Feilberg tenía razón y que el lago bautizado Moreno como Argentina, era el Viedma.
Pero Moreno no era cuestionado por su trabajo, sino por una lectura o registro, inclusive Aráoz propuso que el lago Viedma fuera rebautizado como Lago Moreno. De todas formas, desde el pedestal donde se paraba por los “servicios a la patria”, brindados por el profanador de tumbas, acallaron la polémica.
El perito se había basado en la descripción del español Viedma, al señalar que “en el fondo de esa ensenada, que forman las sierras, hay dos piedras corno dos torres con puntas muy agudas que exceden a todas las sierras vecinas y le llaman los indios Chalten”, lo que significa “volcán” en aonikenk. Pero eso no le importaba y también lo renombró en homenaje al navegante británico Fritz Roy, en 1877. No importaba que en esa mole de piedra fuera la sagrada para los originarios, ya que allí y creció el legendario Elal.
Esa polémica no contemplaban respetar a la toponimia utilizada por los pueblos originarios, era una imposición que pisaba historias y, con ellas, a la cultura y el territorio que da identidad a un pueblo.
En el trabajo “Toponimia indígena de Santa Cruz”, Mario Echeverría Baleta, explica que el lago Charre, “lleno” en aonikenk, fue llamado San Martín, por Moreno el 27 de febrero de 1877. “Así comienza una tarea de desmembramiento telúrico y sistemáticamente se van reemplazando las designaciones topográficas indígenas, por nombres foráneos. “Güent Aike” se convierte en Santa Cruz, “Coyle” en Coig Inlet, “Orr” en Río Leona y “Kelta” en Lago Argentino”, remarca el calafateño baqueano de 73 años y seguidor de huellas del habla, quien además de trabajar como topógrafo de Vialidad durante 15 años, tantos dirigió el Museo Padre Manuel Molina. Hoy, los mapas dicen que el Keltra está en el Parque Nacional Los Glaciares, recibe aguas de los ríos Ceballos, Leona, Los Perros, Castillo, Rico y Buenos Aires. Pero figura como Lago Argentino y en sus costas crece la turística ciudad de Calafate.