jueves, 10 de diciembre de 2009

“Lluvia ácida: deterioro ambiental”


Los habitantes del planeta estamos expuestos a unas 500.000 sustancias extrañas al medio ambiente natural, muchas de las cuales invaden el aire que respiramos y son nocivas para la salud.

Nuestro país padece de una serie de problemas ambientales de variada naturaleza, asociados a diversas actividades humanas, que ponen en peligro el desarrollo sustentable del país. El nivel de contaminación atmosférica, el volumen de residuos urbanos e industriales y la congestión vehicular son las cuestiones que más llaman la atención por sus dimensiones y el número de personas damnificadas; pero también existen problemas similares que se presentan en zonas urbanas y rurales en las distintas regiones del territorio nacional. Según la Dirección Nacional de Calidad y Fomento Ambiental, sólo en el área metropolitana de Buenos Aires, unas 40.000 fábricas producen por año 560 millones de metros cúbicos de residuos líquidos y 280.000 toneladas de residuos sólidos y semisólidos. Las industrias química y del petróleo generan el 50 % del volumen de residuos peligrosos, las siderometalúrgicas y conexas el 40 % y las demás el 10%.

La emanación de dióxido de carbono, dióxido de azufre, nitrógeno gaseoso, plomo proveniente de la nafta, entre otros, se mantienen durante largo tiempo en rangos de concentración estrechos gracias a eficientes mecanismos de autodepuración de la propia naturaleza. Sin embargo, la actividad industrial genera ahora tales cantidades de sustancias extrañas que están alcanzando ya el nivel de contaminantes peligrosos para la biota en general, porque rebasan la capacidad del ecosistema para deshacerse de ellos, y sus niveles tienden a aumentar. Algunas de las moléculas que contaminan la atmósfera se convierten en ácidos con el agua de lluvia. Se ha comprobado que en muchas zonas con grandes industrias la lluvia es más ácida que lo normal.

Algunas industrias o centrales térmicas que usan combustibles con cierta cantidad indeseada de impurezas, liberan al aire importantes cantidades de óxidos de azufre y nitrógeno. Estos contaminantes pueden ser trasladados a distancias de hasta cientos de kilómetros por las corrientes atmosféricas, sobre todo cuando son emitidos a la atmósfera desde chimeneas muy altas que disminuyen la contaminación en las cercanías pero la trasladan a otros lugares. En la atmósfera los óxidos de nitrógeno y azufre son convertidos en ácido nítrico y sulfúrico que vuelven a la tierra integrados en las precipitaciones de lluvia o nieve, dando origen al fenómeno de "lluvia ácida". Otras veces, aunque no llueva, van cayendo partículas sólidas con moléculas de ácido adheridas, acción que se suele denominar "deposición seca".
La lluvia normal es ligeramente ácida, por llevar ácido carbónico que se forma cuando el dióxido de carbono del aire se disuelve en el agua que cae. Su pH suele estar entre 5 y 6. Pero en las zonas con la atmósfera contaminada por estas sustancias acidificantes, la lluvia tiene valores de pH de hasta 4 o 3 y, en algunas zonas en que la niebla es ácida, el pH puede llegar a ser de 2 y de 3, es decir, similar al del zumo de limón o al del vinagre. Técnicamente se denomina "lluvia ácida" a aquella con valores de pH inferiores a los de la lluvia normal de 5.0 a 5.6. El pH es una escala que va de 0 a 14 y nos indica la acidez o alcalinidad de una sustancia. Una disminución en el valor de pH significa un aumento de la acidez. Este tipo de lluvia depende de la mezcla de contaminantes. Cuando los combustibles fósiles arden y los minerales que contienen azufre se funden, éste se convierte en dióxido de azufre gaseoso. Además las elevadas temperaturas de la combustión llevan la oxidación de nitrógeno atmosférico y óxido de azufre. Una vez formados los óxidos, reaccionan con facilidad con la humedad atmosférica para formar los ácidos sulfúrico y nítrico respectivamente. Estos permanecen disociados en la atmósfera y le imparten características ácidas. Existen pruebas que las termoeléctricas, en especial las que utilizan combustible rico en azufre, están muy relacionadas con la producción de lluvia ácida.

Los óxidos de azufre y nitrógeno son las principales causas de la acidificación tanto del suelo como del agua. Los compuestos de azufre son responsables de dos tercios del total de la lluvia ácida. En la atmósfera, el dióxido de azufre, reacciona con oxígeno para producir tiróxido de azufre, el cual reacciona con vapor de agua para producir minúsculas gotas de ácido sulfúrico. Estas gotículas caen a la tierra como componentes de la lluvia ácida, aumentando la acidez de las aguas de ríos y lagos, provocando importantes daños en la vida acuática, tanto piscícola como vegetal. Además, se incrementa la acidez de los suelos, produciendo cambios en la composición de los mismos y movilizándose metales tóxicos, tales como el níquel, plomo, mercurio, que de esta forma se introducen también en las corrientes de agua. La vegetación expuesta directamente a la lluvia ácida sufre no sólo las consecuencias del deterioro del suelo, sino también un daño directo que puede llegar a ocasionar incluso la muerte de muchas especies.

La toxicidad del óxido de azufre agrava las enfermedades respiratorias (en especial a los ancianos con enfermedades pulmonares crónicas), provoca episodios de tos y asfixia, asma crónico y agudo, bronquitis y enfisema, se producen cambios en el sistema de defensa de los pulmones que se agudiza en personas con desórdenes cardiovasculares y pulmonares, irrita los ojos y los conductos respiratorios, aumenta la mortalidad. El óxido de carbono en forma de monóxido reduce la capacidad de la sangre para transportar oxígeno, y puede afectar los procesos mentales. Agrava las enfermedades respiratorias y del corazón, puede causar dolor de cabeza y cansancio en concentraciones moderadas y la muerte en concentraciones altas y prolongadas.

Las soluciones que tenemos para frenar este deterioro ambiental es reducir el nivel máximo de azufre en diferentes combustibles, trabajar para establecer disminuciones en la emisión de dióxido de azufre y nitrógeno gaseoso, usando tecnologías para el control de emisión de estos óxidos, impulsar el uso de gas natural en diversas industrias, convertir a gas los vehículos de empresas mercantiles y del gobierno, ampliación del sistema de transporte eléctrico, instalación de equipos de control en distintos establecimientos, no agregar demasiadas sustancias químicas en los cultivos, adición de un compuesto alcalino en lagos y ríos para neutralizar el pH, y llevar un control de las condiciones de combustión (temperatura, oxigeno, etc.)

Es importante ejercer el derecho a la libertad de acceso a la información sobre medio ambiente y el derecho a intervenir en la evaluación del impacto ambiental de los grandes proyectos y a la comprobación del comportamiento de las grandes empresas (públicas y privadas) mediante el acceso a los inventarios de emisiones, vertidos y residuos y auditorías medioambientales.

Por último, en el campo de la actividad cotidiana, debemos tender a una menor generación de contaminantes, reduciendo y racionalizando el consumo de energía y potenciando el empleo de energías limpias. Hay muchas acciones individuales que pueden implicar una reducción del consumo energético: aislar las viviendas, no despilfarrar la luz, utilizar bombillas de bajo consumo, controlar el empleo de calefacciones, usar transportes con motores de combustión. Consumir envases no reciclables, potenciando además la recogida selectiva de residuos y el reciclado de todo tipo de artículos. Es preciso analizar nuestro comportamiento, nuestras costumbres, reflexionar acerca de ellas y potenciarlas si son respetuosas con el medio, por el contrario, tratar de cambiarlas sí constituyen un atentado -aunque sea pequeño- respecto al mismo.


Florencia Testolin

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