Una manera de analizar al estudiante de Comunicación puede ser a través de sus relaciones con el resto de los estudiantes. Vamos a ver cómo interactúa con los cursantes de otras carreras. Si hablamos de estudiantes de Política, o de Trabajo, no encontraremos nada que llame la atención, son todos sapos del mismo pozo: Marx, Weber, Durkheim, etcétera. Tal vez no del mismo pozo pero de un pocito cercano son los futuros psicólogos o músicos. Generalmente (y no olvidemos esta palabra) hablan el mismo idioma, las personalidades se entienden.
Ahora con quien no se puede llevar bien (generalmente) un futuro comunicador social, es con el estudiante de arquitectura. Ah, ¡no señor! Creemos no equivocarnos si decimos que la rivalidad surge, ¿cuándo no?, en el bar. Resulta que unos militantes de NUESTRA facultad, de NUESTRO edificio consiguieron, mal que bien, un menú estudiantil a 5 ó 6 pesos. Mucho más accesible de lo que era antes comer en la facu (12 ó 15 pesos). Pero no es nada fácil sentarse tranquilo en su propio bar a comer el menú que tengan para ofrecernos ese maldito día. ¿Por qué? Por el estudiante de Arquitectura, ¡sí señor! Claro, como en su facultad, aparentemente no existen los partidos universitarios, o se deben dedicar a pedir que pinten una columna al estilo francés, o que encuadren bien la mesa del bar con la pared para que no quede feo, y por ende su menú es costoso (además de menos rico)… Vienen a jodernos a nosotros. Entonces quienes salimos cansados de cursar algunas horas, llegamos unos minutos tarde y ¡listo!: La voz de la cocina anunciando: ¡No hay más menú!
-¿Qué? ¿Qué no hay más menú?...
-No, se agotaron - Contesta alguien. Girás la cabeza y ¿quién contesta?, ¡el señor futuro arquitecto! Sí, así, sin más, con su portafolio, o como quiera que se llame ese monstruoso aparatejo que los acompaña siempre, de un metro de alto por dos de largo. Con sus típicos lentecitos de la vista totalmente atrofiada, con su típica mirada estresada por haber pasado toda la noche pegándole un techo a una maqueta de una parada de colectivo.
Pero más que la comida, es el portafolios ese. Nos invaden el bar, son decenas, y con esa porquería a en sus manos, parecen centenares de miles, todos alborotados, histéricos solicitando NUESTRA comida. A uno, amante de la paz y la tranquilidad, no le queda otra que callarse la boca y gatillar 12 mangos un menú, comiéndolo parado (porque ¿Quién está ocupando todas las sillas?) o simplemente cagarse de hambre.
El proceder conductual del estudiante de arquitectura también es gracioso (si no lo tomamos con gracia puede ser un caos). Estábamos los muchachos a la mañana esperando para comer, sí a la mañana tenemos que almorzar, o no almorzamos. Cuando aparece toda la legión de ingresantes a arquitectura, encabezados por un profesor. Este se acerca a la terraza, y, mirando la cancha de fútbol, unos árboles, el rio, o quien cuernos sabe qué, comienza a señalar hacia el horizonte y dar un ininteligible discurso. Frío, hablaba, pero no decía nada. Sin embargo los estudiantes lo escuchaban maravillado, como si se levantara ante sus ojos el Himalaya o las pirámides de Egipto… ¡Y estaban mirando unos árboles!
Y ya realmente no queremos seguir hablando de estos tipos, teníamos pensado continuar analizando su conducta y cómo ese maldito portafolios nos estorba en el colectivo. O cómo molestan también el paso en todos los espacios de la Siberia, sentaditos en canastita, con un papel, blanco y grandote, su reglita y su lapicito, dibujando, desde hace horas, las curvas del techo de chapa… Pero realmente vamos a concluir aquí, porque la paciencia tiene un fin, porque toda esa paz y tranquilidad que antes mencionábamos… se pueden ir al carajo.
Jeremías Walter
Ramiro Benetti
Barbara Wagner
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