miércoles, 25 de noviembre de 2009

La metáfora de la Flor de Loto.

La Flor de Loto, es una flor que crece en medio del barro, es un símbolo de fertilidad, prosperidad, belleza, que emerge de orígenes inferiores o feos. Se mantiene seca en el agua, símbolo de imperturbabilidad y seguridad en medio de las perturbaciones vitales, cerrándose de noche y abriéndose al amanecer, una metáfora de la apertura de las mentes a la sabiduría e iluminación.
Pero su significado más importante se refiere a la simultaneidad de causa y efecto, por ser la única planta que produce flores y semillas (frutos) al mismo tiempo. Al leer los testimonios de los ex-detenidos en el centro clandestino de la Cárcel de Coronda, Santa Fe, durante la última dictadura, la metáfora encaja a la perfección con esta cruda realidad.
Los relatos de estos presos, que retratan la esperanza viva en medio de la desesperanza, la lucha por la libertad y la vida mientras sufrían una de las más crueles torturas físicas y psicológicas, quedaron plasmados en el libro Detrás de la mirilla, y mientras comparten sus vivencias (y sobre-vivencias), nos reparten en ellas las semillas para los frutos de la memoria.

“La mañana comenzaba muy temprano aunque el día sería largo, sin actividad permitida alguna. No se podía trabajar, no estaba autorizada la lectura ni el deporte, el encierro en celdas individuales (o de a dos), era de 23 horas sobre 24...cuando llovía se perdía el único momento de recreo grupal. Cualquier violación al reglamento carcelario interno -que nadie conocía a ciencia cierta, se transformaba en más encierro y aislamiento.

Silbar en la celda, podía significar diez días sin la hora de recreo diario, e incluso la pérdida de la visita mensual, la cual era corta, sin contacto físico alguno y únicamente con familiares. La distancia absoluta con el mundo exterior se combinaba con el desamparo legal, todos a merced del poder dictatorial, nadie sabía cuándo acabaría su pena y la mayoría ni siquiera tenía proceso jurídico alguno- .

Todo estaba prohibido y los castigos se multiplicaban por cualquier cosa. Los motivos de punición eran numerosos: “hablar con el preso vecino a través de la ventana; tener una tela de araña en el techo; sentarse sobre la cama durante el día; hablar solo en voz alta; sonreír a un compañero en la fila de formación; hacer gimnasia o bañarse en la celda...”

A este régimen brutal los presos de Coronda respondieron con resistencia colectiva, ordenada, unitaria. Cada celdita se fue convirtiendo en una trinchera. Si los guardias impedían toda comunicación entre las seis celdas emparentadas, los “teléfonos” se multiplicaban en segundos.
Cada preso vaciaba el agua de su inodoro y entre olores nauseabundos y alguna rata espantada, se reconectaba el contacto interno de inmediato. El “idioma de las manos” de los sordomudos y el morse carcelario a través de las paredes, o a través de los hoyitos respiraderos de debajo de la puerta, amortiguaban el silencio verde-gris de los barrotes.

Los “periscopios”, pequeños espejitos no más grandes que una uña, se convirtieron en el símbolo de la protección colectiva, colocándolos por debajo de las puertas les permitía observar por esas ranuras, y así eran los presos quienes vigilaban a los guardiacárceles, y, cuando mostraba que el pabellón estaba liberado, se entregaban a las actividades colectivas que construyeron poco a poco la resistencia a la dictadura dentro de la cárcel.

“Hablar, escuchar al otro... el sagrado misterio de la comunicación humana. Quebrar el
aislamiento era ganar la gran batallita. Combatir -con la paciencia del que tiene todo el tiempo del mundo a su favor- fue sinónimo de sobrevivencia. La gambeta contra el carcelero cercano, desde la cárcel, desafiaba el poder militar que aplastaba afuera y adentro.”

En enero del 2002 cuatro de los ex-presos visitan por primera vez, en grupo, la fortaleza inexpugnable, y uno de ellos dijo: “Sé que odié a los hombres que me verduguearon, se que odié las rejas que me separaron de la libertad, al régimen injusto y aberrante que me impidió abrazar a mis seres queridos cuando más los necesitaba. Pero no odié a ese edificio que fue, de alguna manera, nuestra casa, nuestro territorio” .

Uno de los ex-detenidos inscribe en el libro Detrás de la mirilla: “¿Cuál es el límite de la resistencia de un hombre? ¿Hasta dónde puede soportar la persecución, los castigos, el aislamiento, la pérdida de los más elementales derechos y hábitos de la vida cotidiana? Pensé que era buena oportunidad para averiguarlo y me dije a mí mismo: para suicidarse siempre hay tiempo y formas, pero ahora, vamos a ver hasta dónde se aguanta. Así descubrí que la capacidad humana para soportar el sufrimiento parece no tener límites. A medida que se agudizaban los problemas, aparecían en nosotros reservas para enfrentarlos, que desconocíamos y que nunca hubiéramos creído tener.”
Entre esa persecución, ese castigo, ese aislamiento, esa violencia física y psicológica tan cruelmente practicada, ese desamparo, encontraban la fuerza inexplicable de la lucha silenciosa, paciente y esperanzada. "Al laboratorio de destrucción le respondimos con ingenio y convicción. Al régimen brutal con nuestra lucha por la vida. A los barrotes y candados, con el sueño de la Utopía y la Libertad" subraya el grupo de autores.

Esa oscuridad en la celda, en la vida y en la historia es el barro en el que emerge radiante esta flor de loto, que desplegó sus pétalos en el contexto más perverso y hoy, mediante este libro como tantos otros, nos quiere dejar sus semillas. Daiana Henderson

1 comentario:

  1. es muy buena y plena esta identificación...de dolor,resistencia y esperanza con el emerger de la flor de loto. Felicitaciones
    Tomás

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